sábado, 23 de octubre de 2010

LOS NIÑOS Y LA CALLE


Cada vez más niños con gafas. La tele, ya sea por programas varios o por los videojuegos es lo que tiene. La calle, esa que nos sirve de escenario cada día, está vez más deshabitada. Hubo un tiempo para los niños en el cual existían pequeñas excursiones inventadas a una cabaña de cuatro palos mal puestos. Un tiempo para el contra, el escondite, taco,…. Para sentarse en un banco de la placita, en un escalón de la acera de la casa del amigo para jugar con él a las canicas, chapas, muñecas,… o dibujar con un palo caras deformes en la arena.

Las calles casi vacías. Ahora son territorio comanche de quienes hacen la llamada “ruta del colesterol”. Aquellas y algunos aquellos que quieren bajarse ese pico de colesterol que da la edad o golosinas varias. Ya no hay globos de agua, no se escucha la voz de fondo de una madre cualquiera cuando recoges a tu amigo, “quiero verte aquí antes de que se haga de noche”.

No se heredan ni las trastadas. Globos en los tubos de escape, ir a por naranjas a un huerto cercano por el gusto de que no te pillen, tocar las puertas y correr, riñas en la pandilla con guerras de terrones de arena previamente preparados,… hasta la ingeniería de hacer tirachinas ha tocado fondo.

Somos seres sociales. Se han borrado de las mejillas de los niños los churretes. Los niños se acuestan tarde, no caen rendidos en la cama. No han corrido por la tarde jugando por las calles. La socialización del niño está ahí. “No salgas no vayas a mancharte”. No es cuestión de que el niño este todo el día en la calle, pero si que se haga adolescente en ella. Que aprenda a perder y a ganar. A defender sus ideas de niño. A sonreír a las niñas y viceversa. A pedir permiso y perdón. A aprehender poco a poco que las cosas no siempre son como salen en los dibujitos animados, en la play o el ordenador.

Los horarios de los padres o el mismo ritmo de vida hace que las cosas no sean fáciles para nadie. Y los abuelos no saben coger un ratón o donde puede estar ese tal enter. Pero hay que intentar recuperar a ese niño corriendo hacia un bar corriendo, casi ahogado para decirle al camarero; “¿me puede dar un vasito de agua?”.




























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